Jardín amplio, una sola planta, se puede leer algo así en la barda cuando las rocas pulverizadas del suelo duro recorren las dos plantas de mis pies, sin importar la suela de plástico resquebrajada, piedras de algún río, de alguna montaña, ahora en círculo alrededor de una coladera como llevando la memoria de la fogata y de la mano que las ordenó, piedras alisadas por un río que no debe ser este que desaparece a las líneas del mapa en la pantalla, que susurra, pestilente debajo de la cobija de vegetación invasora y de pájaros a través de los binoculares, o yo misma un pájaro frente al espejo pero del otro lado el guardia de una fortaleza de clase alta, un guardia que bien podría no estar ahí, nunca lo sabré porque de este lado solo mi imagen fría de sombra de otoño de noches largas de otoño cuando apenas y se ven las hojas caer, aunque caen todo el tiempo, en la noche sueño con ciudades talladas sobre laderas de tierra, anaranjadas y calientes, casas guijarro, iglesias de cerámica horneadas bajo tierra, de nombre jakarta o petra o lisboa, nombres de sueños que no son alajuela, san bernabé, magnolia, santiago, flores y exnovios impresos en blanco y negro como banderas de una ciudad real, la que ahora me recorre y que tiene esta forma por el efecto binocular: un ojo yo, el otro la ciudad, nos vemos a la cara, como la madre que dice no, es ella la que se parece a mí, como si la madre realmente hubiese existido antes que su hija, como si pudiera tener una sola planta, aún si ella entera fuera un jardín, pero hay que leer en orden, de arriba para abajo, aunque la ciudad se construya al revés:
casa en venta,
una sola planta,
jardín amplio.