La puntuación de la ciudad
La ciudad es el movimiento de millones de personas repitiendo caminos. Están en un lugar y después en otro, dan vueltas, se quedan quietas. Se mueven otra vez. Recorren avenidas y edificios y callejones. Trazan círculos larguísimos, que empiezan y terminan en sus casas. Las suelas de los citadinos van puliendo el concreto de las calles, desgastando sus alfombras, ensuciando los espacios entre el metal. Nos trasladamos guiados por los espacios que nos pautan. Nuestros trayectos tienen cambios de velocidad, puntuación. Aquí propongo una primera aproximación a sus signos.
1. Al ir caminando y doblar una cuadra, trazamos una coma.
2. Las puertas giratorias dan una sensación de dos puntos: estás aquí y ahora estás aquí: te llevan casi sin detener el desplazamiento.
3. Los elevadores son un espacio en blanco, silencioso, con un pequeño zumbido de sentido. Nos miramos en el espejo. Sentimos cercanías sin mirarlas a los ojos.
Pausamos, seguimos.
4. Las escaleras eléctricas son a la ciudad lo que el nombre propio a la lectura. Al encontrarse con el nombre de un personaje, los ojos apenas y registran, se deslizan, están del otro lado. Un descanso mínimo, y continuar con la oración.
Hay nombres de personajes que, al leerlos por primera vez en voz alta, no podemos pronunciar. Son un cúmulo de letras en nuestra mente, desprovistos de sonido. Las escaleras eléctricas están descompuestas. Vamos leyendo o caminando con un flujo perfecto, las palabras encontrando su posición en nuestra lengua una tras otra, nuestros pasos siguiéndose sin pensarlo. Llegamos al primer peldaño de metal, esperando el jalón del movimiento hacia arriba. No está. Ligero mareo e incomodidad que continúa mientras subimos usando nuestros propios músculos: las escaleras de pronto demasiado estrechas, la gente muy cerca, y la ciudad vuelta hostil como una palabra desconocida en medio de una conversación.
5. La rampa espiral para salir del metrobús en la estación de Ciudad Universitaria, más que un signo de puntuación, es un poema. Sí, un poema. Hay que estar de humor. Tener disposición a la entrega. No se puede tener prisa o, si se tiene prisa, hay que recordar que vamos a morir. Que sólo damos vueltas y más vueltas, que vemos a alguien a lo lejos, nos lo encontramos de frente, y lo vemos de espaldas en la siguiente vuelta. Hace algunos años, uno de los magueyes que había en el jardín al centro de la espiral estaba a punto de florecer. El quiote subía y subía, muy lento, más lento de lo que te tardas en recorrer la espiral entera. Iba a llegar a la altura del puente, al punto más alto de la espiral. Los días pasaban, yo iba a mi casa y volvía a la UNAM, trazaba círculos en la ciudad, círculos alrededor del quiote, esperando. El maguey muere junto con su flor: entrega toda su energía vital en llegar muy alto, florecer por única vez. Seguía subiendo en vertical. Cortaron el quiote antes de que floreciera, y el maguey murió poco después. Seguimos dando vueltas alrededor de su eje.